jueves, 13 de agosto de 2009

continuación "Tranca que estuve ahi"

De Potosí a la Paz.
Me despierto de repente, intento en la oscuridad mirar el asiento de al lado, en el cual yo esperaba encontrar a Javi. El micro atravesaba campos mal iluminados por la luna y se colaba por la ventanilla una luz leve pero suficiente para sorprenderme y entonces enderezarme de golpe en el asiento. Javi no era Javi sino una chica que no tenia buena cara, o sea, no parecía sentirse bien y tuve la sensación que llorisqueaba. Le pregunte si estaba bien, a la vez que asomando la cabeza por encima de ella para tener una visión mas amplia del pasillo, pensando donde estaría Javi. La chica dijo no sentirse bien, no obstante, me tranquilice al ver a Javi formando parte de la fila de cama india del pasillo al tiempo que la chica sacaba una bolsita y empezaba a vomitar en ella. Inmediatamente me vino de la memoria un recuerdo de viaje, que por así decirlo, había sucedido en otra vida, hacía años, en el que yo estuve en la misma situación que ahora estaba esta chica, una enfermera que iba a trabajar. Al rato, claro, me entere de toda su historia, después de haberle ofrecido ayuda y una escucha, ya que viajaba sola. Como premio, y ya habiéndonos desvelado las dos en medio de la noche y las luces de la ruta entrando por las ventanas, empezó a relatarme historias de sus antepasados, ahí mismo en Potosí, historias de catacumbas que existían debajo de los conventos de la ciudad (que son muchos para una ciudad relativamente chica, y más si uno piensa en la época en que fueron construidos), todos con su iglesia al lado, por supuesto. Historias de hipocresía y muerte. Javi, Manu, las cholas, la mujer con el bebe, todos dormían. Yo solo escuchaba. Era la historia contada por una descendiente (y sobreviviente por herencia) de aquellos años de intolerancia. En el aire se respiraba olor a gente, manta y coca que también formaban parte de la historia.
A pesar de lo poco feliz de la temática de las anécdotas escuchadas volví a caer en sueño profundo.
Nuevamente, despierto de repente, estaban las luces del micro prendidas. Con la palabra catacumba dando vueltas por mi cabeza (debí haber soñado con algo de eso), abro los ojos con dificultad y lo primero que veo es a Javi en el asiento paralelo, Javi con un bebe en brazos. Sigo mirando alrededor, el micro estaba casi vacío y detenido. La ansiada parada de mitad de viaje había llegado. Tardé en reaccionar, y me acurruque para seguir durmiendo. Era lo único que importaba en ese momento, volver a cerrar los ojos. Si tenia que preguntar por algo eran muchas cosas, donde está Manu, que lugar era ese, si los choferes no estarían tomando un tinto, si los que viajaban en el portaequipaje descendían de las victimas de las catacumbas, si el bebe iba a quedarse para siempre con Javi (y por consiguiente conmigo), pero fui despertando poco a poco y le dije a Javi que bajaba al baño. En el baño del restaurante estábamos muchas de las mujeres del micro, inclusive, la madre del bebe, que, por las dudas, no perdí de vista. En el mostrador trague un café negro, con mucha azúcar para amortizar, deseando no cruzarme con la enfermera, que capaz ahora mas lúcida, recordaba otras historias tenebrosas. En cambio me encontré con Javi y Manu. Comimos algo en silencio y contentos de estar nuevamente juntos, porque en esos momentos éramos, el uno para el otro, como nuestra casa.
Volvimos a nuestros lugares para continuar el viaje luego de terminado el refrigerio.
Ya no recuerdo con quien me senté cuando subimos al micro y finalmente arranco. Llegamos de mañana a La Paz, era un día muy nublado, y me acuerdo que el café de la estación tenia un sabor diferente.
(escuchando “vas a volver” de Karamelo santo).
FIN.

sábado, 1 de agosto de 2009

continuación "Tranca que estuve ahi"

Pasaban los minutos ahí en la tranca y Manu decide hacer otra excursión en búsqueda de algún dato valido. O probablemente valido. La ruta estaba cubierta de micros quietos, y asomándose a uno de ellos comprobó que pasajeros ocupaban la mayoría de sus butacas, todos durmiendo o mirando placidamente por la ventana el destino tocado en suerte. Así, en una nueva excursión contemplamos también dentro de otros micros el mismo panorama. Nos preguntábamos cuanto hacia que esa gente dormía (o permanecía) ahí dentro. Seguramente algunas horas. De pronto surgió en la calle movimiento, vemos un grupo de gente corriendo y luces atrás. Era un micro, que se aproximaba como un milagro, con dos choferes que no parecían borrachos , se detuvo delante nuestro. Nos acercamos y oh! mala noticia luego de la ilusión. No era el nuestro. No obstante, nos alegramos por algunos compañeros de tranca que lograron subir. Al rato llego por fin “nuestro” micro. Tanto lo habíamos esperado que ya nos sentíamos con derecho de poseerlo. Después de mucho ajetreo logramos subir. Ya arriba, nos asombramos de que se había habilitado, a falta de asientos para tantos pasajeros, el pasillo del micro y la bodega, al lado de nuestras mochilas y los bolsos. Manu cedió su asiento a una mujer con un bebe, ya que ningún otro hombre amago a levantarse. Y, así, viajó participando de la cama india que se había improvisado en el pasillo, apoyando su espalda en las piernas de una chola, esta a su vez, apoyada en otras piernas y así se completaba la fila de punta a punta. No cabía un alfiler, como se dice en casos así. Cuando se apagaron las luces, a manu se le ocurrió preguntar la hora a un vecino de asiento y nos miró sorprendido por la respuesta. El micro hacia su entrada en la ruta hacia La Paz solo unos minutos después del horario estipulado en el boleto. A pesar de todo, habíamos tenido suerte... continuará